viernes, 17 de julio de 2015

Parte 16: “LA VERDAD ESTA EN WASHINGTON DC. Ovni, La Gran Alborada Humana.










Enrique Castillo Rincón, la historia verídica, de un hombre contactado.
1974. Bogotá, Colombia.







Tan pronto se fueron conociendo los resultados obtenidos, en nuestro diario experimentar, con entidades extraterrestres, multitud de personas visitaban mi oficina, solicitando alguna información relacionada con estos temas, ahora, con más intensidad que antes.

Además, llegaban muchas noticias, que recogía la prensa de los avistamientos, sobre Bogotá y sus zonas aledañas. 

Quizás muchos eran falsas, pero sin duda, en varios casos, por la calidad de los testigos, eran ciertas. 

Nosotros sabíamos que probablemente eran las naves de los Venusinos y Pleyadinos.

En tiempo reciente, un desastroso terremoto había arrasado con cuanto edificio y construcción se levantaba en Managua, capital de Nicaragua, en Centro América.

Por medio de un amigo, trataba de negociar la reconstrucción de una central telefónica pública, en dicha ciudad, y solo faltaban unos detalles para entrevistarme con la persona indicada en Managua, para concretar el negocio. 

Esperaba ansioso el aviso para salir de Bogotá a Managua, ciudad que también me serviría para descansar de los sucesos entretejidos por el azar y las circunstancias.

Finalizando el mes de febrero, creo, el 26, puesto que puedo precisar con exactitud, a la fecha, tres hombres, de aspecto extranjero, esperaban ser recibidos para una entrevista conmigo. 

Sospeché pudiera traerme las noticias que esperábamos de Nicaragua.

Dos norteamericanos y otro, un intérprete muy hábil, de origen latino, me comunicaba el motivo de la visita. 

Los norteamericanos hablan un pésimo “espan-inglis”, como lo llamaban en Puerto Rico.

Me ofrecieron sus identificaciones, pertenecientes a alguna entidad gubernamental de los Estados Unidos.

No acaté a mirar bien sus credenciales, pero parecían pertenecer a un organismo oficial.

-Sr. Castillo,- dijo el interprete-queremos saber que hay de cierto sobre las publicaciones aparecidas en algunos diarios y revistas, relacionadas con un supuesto “rapto”, y viaje suyo, en un platillo volador.

Al oír esto, Alfonso Blanco, presente en ese momento, se alejo amablemente para dejarme dialogar plenamente con los visitantes.

Les confirmé lo de los artículos, agregando que no había sido un rapto, sino todo preparado de antemano, también les comenté que se había realizado otro encuentro más espectacular que el primero, pero que por el momento, no lo daría a conocer, y éste era totalmente desconocido para el público. 

Noté un gran interés de su parte por saberlo todo.

-Estamos interesado en que se compruebe su versión del viaje en el platillo volador, nos interesa ésta investigación. Queremos invitarle a Washington, con los gastos pagos, durante el tiempo necesario, para someterlo a una prueba, a un test. Consiste en una hipnosis regresiva. Desde luego, Sr. Castillo, es una decisión voluntaria, cuya finalidad será la de comprobar sus afirmaciones en público.-

-Además, tenemos especial interés en esa prueba de acercamiento científico, por que existen otros casos en Estados Unidos que necesitamos cotejar, Usted sabe, –me dijo- , que hay patrones que debemos analizar.-

Yo estaba interesado en la propuesta de los norteamericanos, y no vi inconveniente alguno para aceptar acompañarlos a Washington. 

No debía dejar pasar esa oportunidad. Era la primera vez, que, profesionalmente, alguien investigaría mi caso, al cabo del cual, la noticia correría a los cuatro vientos, y yo sería considerado como un auténtico contactado con los extraterrestres. 

No hay duda, mi vanidad me convenció.

-Muy bien- dijo el intérprete- después de cambiar algunas palabras en inglés con los dos “gringos”, pasaremos a buscarlo en dos días. Quisiéramos se abstenga de comentarlo con otros personas de su trabajo, amigos, o aun su familia, por lo que usted concierne es un viaje de negocios ¿Tiene  pasaporte Vigente?-

-Si,- respondí - Precisamente en estos días debería de viajar al exterior, ya tengo todo al día.-

Acordamos día, hora y lugar, donde nos encontraríamos, alejado de mi oficina, tal como me recomendaron hacerlo.

Informe a Beatriz e hijos, lo mismo a mis socios, Pedro Murcia e Isidro Contreras, iría a Managua por el asunto de la central telefónica, para estudiar la posibilidad de realizar el contrato. 

Allí permanecería- según estimé- dos días a lo sumo.

Los norteamericanos me recogieron el día acordado, pero con ellos no venia el interprete. 

Al llegar al aeropuerto “El Dorado”, como si todo hubiera sido dispuesto con anterioridad, pasamos sin presentar mi pasaporte, tampoco tenia visa, me dijeron en mal castellano e ingles, que no me preocupará, ni aun para regresar, porque todo estaba arreglado. 

Abordamos un avión de la empresa Avianca. Llevaba un pequeño maletín con alguna ropa. Según mis acompañantes, el viaje duraría, con estadía incluida, unos tres o cinco días, en caso extremo.

Como en Washington aún se sentía el frío del invierno, llevé un saco de lana, para abrigarme bien. 

Nadie me pidió ticket alguno, sólo hubo identificación previa de ellos con alguna autoridad presente, que nos dejo pasar inmediatamente, ante los ojos asombrados de los que hacían fila para abordar. 

Tomamos asiento en la aeronave, y esperamos el despegue. 

Salimos rumbo a Nueva York, a las 10:35.a.m. controlando la hora en mi reloj.

Los dos norteamericanos me observaban con curiosidad, y a veces, hablando entre ellos, sonreían.

Aproveché para cerrar los ojos, y descansar, interrumpido dos veces por la azafata, para ofrecerme una bebida y un emparedado.

Durante algunos momentos me preguntaron mi ocupación, familia y pasatiempo. 

Me exprese en pésimo ingles, pero ellos también lo hacían en pésimo castellano. 

En realidad, fingí esa situación.

Porque entendía más de lo que ellos imaginaron, eso me serviría posteriormente, para el test en Washington.

Al llegara Nueva York descendimos del avión, y nos dirigimos a la cafetería del aeropuerto de esa ciudad, el viaje duró aproximadamente 5 horas, teníamos que esperar un trasbordo, que nos llevaría al a capital de USA.

Esta vez viajamos durante una hora, en un moderno avión de la línea. 

El tiempo pasó rápido, y arribamos a nuestro destino ¡Washington! 

Una vez allí, pasamos de largo la inmigración, con solo hablar los “gringos” con alguien que los esperaba, con un guardia uniformado. 

Nos sacaron por otra vía diferente.

Afuera, dos hombres nos esperaban, frente aun largo y lujoso Cadillac de color oscuro.

Me sentía como en una película, jugando a los espías. 

Me fueron presentando. Uno de ellos me saludó en el más rechínate español, jamás escuchado por persona alguna.

Instalados dentro, el automóvil partió velozmente, con rumbo desconocido, por lo menos para mi.

Totalmente desubicado, no puede calcular donde quedaba el norte o el sur. 

Eran más o menos la 5 de la tarde. 

Otro detalle enturbio mi sentido de la orientación, los vidrios eran opacos, pero se podía ver de adentro hacia fuera. 

Además, a cada momento, mis acompañantes llamaban mi atención, formulando tal o cual pregunta en ingles, que yo no podía comprender. 

Todo era sonrisas. No querían que yo me diera cuenta del lugar a donde nos dirigíamos. 

De vez en cuando, pude apreciar inmensas avenidas, hermosas zonas verdes, cubriéndose de un manto de lindas flores. 

Esos dos guardianes estaban aptos para un curso intensivo de castellano.

Enfilábamos por una gigantesca autopista, y durante unos 40 a 45 minutos, marchamos hasta desviarnos por una carretera angosta y poco transitada. 

Pensé podría ser parte del campo, porque vi inmensas zonas verdes, cuando ya entraba la noche. 

Una que otra vez aparecían hermosas quintas, mansiones inmensas, rodeadas de esplendor y fastuosísmo.

En ese momento les comenté a mis acompañantes el deseo de conocer algunos lugares de la ciudad. 

En especial quería visitar el monumento a Lincoln, el Capitolio, y esos lindos parques donde se encuentra el Obelisco. 

Ellos me prometieron hablar con la persona indicada, una vez terminaran las pruebas.

El automóvil se detuvo frente a una verja metálica. 

Esperamos unos segundos para luego continuar. 

Un guardia de seguridad autorizó la entrada. El camino era destapado pero parejo, sin duda de “cascajo” (tipo de piedra quebrada). 

Llegando, divisé un tremendo caserón tipo ingles antiguo, rodeado de amplia zona verde, y grandes jardines, con altísimos árboles, que en ciertos sectores, la ponía a salvo de las miradas curiosas.

Paramos frente a la casa, o diré clínica. 

Dos médicos y una mujer nos recibieron muy efusivamente. 

La mujer tomo mi maletín, y me señaló la entrada. 

Mis dos acompañantes se despidieron, y me dejaron en manos de esa gente. 

Me hicieron seguir a una pequeña sala, donde llego un intérprete.

Este me preguntó mi nombre completo, edad. Lugar de nacimiento. Anotó esos datos en una ficha.

-¿Ha estado Usted en el ejército de su país?-

Le mostré mi libreta militar, explicándoles las razones por las cuales no había cumplido el servicio militar obligatorias. 

Por estar recién casado, el ejército me dispensó de cumplir ese servicio, expidiéndome una libreta de segunda, con llamada de reserva. 

El intérprete la tomó en sus manos, la observó con detenimiento, y satisfecho, me la devolvió. 

Le mostré también la cedula de ciudadanía. 

Me hicieron mojar los dedos índices, de las dos manos, en una almohadilla, e imprimieron mis huellas digitales, sobre la ficha, en un recuadro, donde ya estaba mi nombre.

Me pidieron firmarla, y dejar el nombre de mi esposa y dirección, en caso de emergencia. 

En la misma ficha yo autorizaba las pruebas de forma voluntaria y total. 

Me tomaron una foto con cámara Polaroid. Me pidieron dejarme del reloj, una cadena de plata, con un dije, que colgaba de mi cuello, la billetera, y el pasaporte.

Todo lo introdujeron en una bolsa de plástico, y ésta en un sobre, con mi nombre y fecha de llegada. 

Dijeron que me devolvieran todo al concluir las pruebas.

Al terminar con estos requisitos, me llevaron por un corredor hasta unas escaleras que conducían al segundo piso. 

En el recorrido no vi muchas personas, pero, sin una sala, habitaciones numeradas, y una bella y bien dotado biblioteca.

El dormitorio era amplio y confortable, de una limpieza minuciosa. 

Recordé que a la entrada no vi nombre alguno del lugar que pudiera identificar la “supuesta clínica”. 

Más me parecía una casa de algún potentado millonario.

En la habitación había teléfono, baño privado, una mesita con máquina de escribir, papel, bolígrafos, lápices, radio-grabadora, y cassettes vírgenes, Tv, dos vasos, jarra con agua fresca, y una neverita, que el abrirla, contenía algunas frutas, leche, varios tipos de queso, y mantequilla, refrescos, vino, y cerveza. 

La enfermera me indicó dos timbres, uno comunicaba con la cocina, y el otro con la enfermera de turno.

Me invitaron a descansar. Creo, era las 7:30 de la noche. 

Después del ligero descanso vendría una conformación de preguntas, para dejar toda la información lista, para la mañana siguiente. Yo acepté. 

Toqué el timbre, y la enfermera se presentó con dos hombres, uno era el Dr. Smith y el otro el Dr. Ramírez, de ascendencia latina sin duda, habla bien el español, pero con acento “gringo”.

Se iniciaron las preguntas, fueron mas o menos las mismas que me hicieron a la llegada, pero ahora con mayor profundidad. 

Mientras iban y venían las preguntas, una grabadora funcionaba. 

La enfermera tomaba notas, y el Dr. Ramírez consultaba con un cuestionario en sus manos. 

Cuando supo que era nacido en Costa Rica me dijo: 

-Oh, que bien, he oído hablar bien de Costa Rica y los “Ticos”-

Después formuló otras preguntas sobre enfermedades mías de niño, en la familia, muerte de mis padres, locos en la familia, operaciones sufridas, si fumaba o tomaba licor, otras dolencias, hijos, matrimonio. 

Aquí las deterioradas relaciones con mi esposa Beatriz, ahora por causa de dedicar mi tiempo a los “Ovnis”. 

Se rieron de buena gana, me felicitaron por lo de no tomar ni fumar nunca.

Preguntaron sobre mis creencias y religión que profesaba. 

Les conté de mi paso por el Mormonismo, y la causa por la cual lo abandoné. 

Le expliqué por qué en ese momento no profesaba ninguna religión, y el Dr. Ramírez dijo: 

-¡Extraordinario!-

El cuestionario continuó. 

Encuestas generales, a nivel cultural, viajes, amistades, afición música, personal, talla, etc. 

Cuando me preguntaron la opinión sobre las mujeres, se rieron al dar mi respuesta. 

Me pidieron hablara más despacio pues hablaba muy rápido. 

Les advertí sobre mi carraspeo, por lo de la operación de las amígdalas. 

Asi terminó esa reunión “introductoria”, que duró, quizás, hora y media. 

Hay que recordar que me habían quitado el reloj a la entrada, y solo podía hacer un cálculo.

Le solicité a la enfermera, de su bella biblioteca, algún libro sobre los UFOS. 

Cuando terminó mi charla, encontré un libro en la mesita: “Los Ovnis Han Aterrizado” de George Adamski.

La charla terminó y me ofrecieron disculpas por lo prolongado de la conversación, ya que estaba cansado, pero me explicaron que era necesario para adelantar sobre la primera prueba al día siguiente. 

La enfermera me ofreció algún alimento que yo rechacé. No tenía apetito.

La noche paso rápido. Dormí como un lirón. 

Unos golpes en la puerta me despertaron, era la enfermera con el desayuno. 

Me pidió disculpas, y colocó la vianda encima de la mesa. 

Me advirtió que me esperaban en una hora, para inicio del test.

Me afeité y duché, con agua tibia que me reconfortó. 

Hice sonar el timbre, y en unos segundos estaba en la puerta la enfermera, que me llevaría al test. 

Antes no había reparado bien en ella. 

De cabellera negra, muy hermosa, lindas facciones, y un magnifico español, muy fluido, como el Dr. Ramírez. 

Se me antoja creer era portorriqueña o cubana. Unas muy hermosas y torneadas piernas, asoman bajo su uniforme blanco. 

La saludé, y pregunté su nombre. Dijo llamarse Eva Duling.

Bajamos las escaleras, y me condujo al consultorio, donde me estaban esperando el Dr. Ramírez, el Dr. Smith, quien se había mostrado silencioso en la primera reunión, y otro nuevo, vestido de traje sobrio, y una linda corbata. 

En sus labios asomaba una amable sonrisa. Era relativamente joven. 

El Dr. Ramírez hizo su presentación, me dijo que pertenecía a la Fuerza Aérea, aunque no lo pareciera…

La prueba, me dijo el Dr. Ramírez, seria la del “polígrafo” o detector de mentiras. 

Me explicó claramente lo que se proponía con el examen, y cómo funcionaba. 

-No debes tener temor o nervios, es de rutina en estos casos-, me dijo.

El consultorio estaba dotado de un escritorio, con sillas al frente, varios objetos, papeles y folders encima, lápices, un calendario, un reloj de escritorio, a la izquierda, una camilla muy sólida, una balanza de pie con medidor de estatura, algunos objetos médicos en unos estantes. 

En la pared, unas radiografías, luz fluorescente, un espejo largo y ancho en la pared lateral, y otras cosas, y objetos normales en éste tipo de consultorio médico.

La puerta se abrió. Entraron otros dos hombres, que me extendieron su mano, y saludaron sonrientes. 

Uno, sin duda, por su corte de pelo, debía ser militar, pero no vestía uniforme, una bata blanca encima de su ropa reindicaba un psicólogo, por la forma como me observaba. 

El otro, de vestido completo, daba la impresión de un empleado de banco. 

Así se completó el cuadro de los que participarían. Seis en total.

El Dr. Ramírez me daba confianza, mientras, con la enfermera, colocaban, en brazos y cuerpo, en varias zonas, unos módulos unidos por cables delgados, que llegaban conectados a un aparato, con un rollo de papel, y unas agujas que vibrarían, marcando mis reacciones al contestar. 

Un hombre se colocó al lado del aparato.

Las grabadoras, dos,  se pusieron a funcionar, cada una con dos micrófonos. 

Me quedé sentado con el torso descubierto, sin camisa. 

Un reloj de pared al frente mío, marcaba la hora de inicio, era las 8:30 am del segundo día.

Las preguntas fueron: nombre completo, edad, lugar de residencia, estado civil, profesión, etc. El Dr. Ramírez preguntaba y observaba las reacciones del polígrafo. 

El hombre al lado del aparato hacia ciertas marcas en el papel que se desenrollaba.

Llegaron las preguntas claves concernientes al encuentro con los extraterrestres. 

De vez en cuando el Dr. Ramírez era consultado por el Dr. Smith, y hacia la pregunta, sólo interrumpida, de vez en cuando, de nuevo, por alguno de ellos. 

Hubo un momento en que el Dr. Ramírez sonrió, y los otros preguntaron la razón. 

Me había advertido el Dr. Ramírez, que en cuanto dijera mentiras, hay órganos que se alteran, pues el cerebro registra esa condición, y llevaba impulsos, que serian registrados por el funcionamiento del detector. 

Yo, sin apresuramiento, con aplomo y seguridad, creo, le di muestras de que decía la verdad.

El Dr. Smith era un experto en sacar información. 

Transitó con gran habilidad el camino de hacerse el tonto, y preguntar, tratando de hacerme caer. 

Regresaba con preguntas y fechas, que me habían hecho, tratando de confundirme. 

En más de una ocasión se molestó por mi respuesta y mi tranquilidad. 

Creo que hasta me nombró a mi pobre madre muerta. 

Trató de romper mi paciencia y sinceridad, con preguntas duras y seguidas, que yo no podía seguir por el idioma, hasta que era traducida por Ramírez. 

Sin embargo, el Dr. Ramírez, creo, trató de disculparlo, y me explicó que no tomara a mal su forma de preguntar.

Terminó el asedio, y todo volvió a la calma. 

Yo me mostraba tranquilo y satisfecho. 

Hubo preguntas como: día, hora, sitio de encuentro, de donde venían estos extraterrestres, cuál era su tecnología, sistema de propulsión, cómo llegaron aquí, que edad tenían, como vivían, creencia, gobierno, estado de su ciencia, etc.

La prueba duró aproximadamente una hora. 

Mientras me dieron explicaciones, me colocaron los nódulos, y la preparación general. 

Había pasado dos horas en total. 

Hicieron un gran receso, mientas evaluaban el resultado. 

Descansé en mi habitación, y leí parte del libro de Adamaski. 

En la tarde vendría otra prueba, basada en la “hipnosis regresiva”. 

Esa seria crucial para la confirmación de mi experiencia.

Eran las 3 de la tarde, por el reloj de la pared del consultorio. 

Esa hipnosis es conocida como “regresiva de quinto grado”, en la cual se puede llevar al sujeto, inclusive, al estado fetal.

Estaba en manos de profesionales, y no tenia temor.

Un hombre de unos 60 años, amable, se sumó a la equipo. 

No he podido recordar su nombre.

Vino la explicación de cómo obraría el hipnólogo, que era también un excelente psicólogo. 

Me senté en el lugar que me ofrecieron. 

El hipnólogo inició su sesión, con una mirada profunda a mis ojos, dándome órdenes, pasando sus manos por mi rostro, e induciéndome a dormir. 

¡No funcionó!, no me pudo hipnotizar por el sistema tradicional. 

Hizo dos nuevos intentos, y tampoco funcionó. 

Colocaron al frente un aparato para que lo observara, con una gran aguja que marcaba tedioso compás de tic, tac, tic tac, que tampoco hizo efecto.

Entonces, el médico de cara amable se acercó, me dijo que me quedara quieto, y cerrara los ojos, sentí su mano deslizarse por el cuello, como palpando o buscando un lugar. 

Me tocó la frente con el pulgar, buscó de nuevo mi garganta, y presiono dos dedos. 

Fue lo último que sentí. Cuando volví a mi estado normal, después de escuchar una regresión numérica de 5 a 0, sentí mucha sed, pedí agua, y la enfermera me ofreció un vaso con agua. 

Me sentí bien. Observe el reloj de la pared, y vi la hora, marcaba las 4:13. 

Es posible que hubiera estado bajo los efectos de la hipnosis unos 50 minutos, ya que los intentos iníciales, durante un rato, fueron sin resultados.

Vi las caras de todos, estaban perplejos. 

El Dr., Ramírez me empezó a hablar, que todo estaba bien, y estaban complacidos con el resultado, pero que no le pidiera adelantar ninguna opinión. 

Todo esto seria analizado en conjunto. 

Las grabadoras seguían funcionando, hasta que se dio por terminada la sesión.

No había duda, por la expresión de sus caras, trataban de que no pareciera muy obvio, lo que ahora sabían, sólo atinaban a sonreír, y dos de ellos abandonaron la reunión. 

El Dr. Smith está en silencio. 

Ahora, me daba la impresión, habían cambiado de opinión. 

Además, era probable que toda la información, del segundo encuentro, del 18 de noviembre, habían salido a la luz, con lujo de detalles. 

Faltaba ahora la prueba final del “pentotal o suero de la verdad “, que se realizaría al día siguiente.

Mientras me informaban de la hora de la regresión, los doctores Ramírez y Smith, juntamente con la guapa enfermera Eva, que ya, en un par de ocasiones, había hecho desviar las miradas de los participantes, hacia sus bien torneadas piernas, hablaban un poco conmigo, caminado hacia el corredor. 

El doctor Smith lo hizo un poco más calmado.

Se despidieron, dándome un saludable golpe afectivo en la espalda. 

Eva, la enfermera, me condujo a mi cuarto, preguntándome ahora varias cosas sobre los extraterrestres. 

Me preguntó si quería algo de comer, y muy amablemente rechacé su ofrecimiento. 

Me recomendó que, en la nevera, habían jugos y leche, por si quería comer algo, y que si la necesitaba, la llamara más tarde.

Por la actitud de Eva, pensé que ella, en un principio, estaba incrédula, ahora, estaba cambiada o  consternada, pero creo, no podía darme su opinión, ni hablar conmigo al respecto.

Me quedé a ver televisión. Estaban presentando una vieja película de vaqueros, con Anthony Quinn, lastima, ya había empezado. 

Más tarde saldría al jardín, por la parta de atrás. 

Eva estuvo conmigo, haciendo preguntas, que nada tenia que ver con los UFOs. 

Después de media hora, y de saludar algunos pacientes, que descansaban, sentados en cómodas sillas, y un par de sillas columpio, entramos, porque ya se sentía el frío de la tarde.

Aquella noche dormí bien. Nada me acosaba mentalmente, y me sentía feliz y satisfecho, por los aparentes resultados hasta el momento.

Amaneció. Era el tercer día, La hora prevista era para las 9:30 am. 

Esa sesión era de suma importancia, tanto para mí como para ellos. 

Desayuné a las 7:30 a.m. Eva me advirtió descansara hasta las 9:30, para que la prueba se hiciera con las mejores condiciones físicas mías. 

Por esa razón, el desayuno, quizás, avisado muy frugal, pero alimenticio: pan integral, mantequilla, mermelada, cereales, queso y leche.

Un vez instalado de nuevo en el amplio cubículo medico, donde ya estaban los doctores Smith y Ramírez, los otros dos anteriores, la enfermera, y el psicólogo que me había hipnotizado, me preguntaban como me sentía. 

Hizo aparición el hombre de la Fuerza Aérea. Eran 7 en total. 

Se daba inicio a la aprueba.

Me pidieron sentarme cómodamente en un silla especial, con una ligera inclinación hacia atrás-movible, y muy confortable. 

El Dr., Ramírez me pidió extender mi brazo derecho, lo examinó y palpó, buscando el mejor lugar para pinchar la vena. 

Me había dado instrucciones precisas sobre lo que iría sintiendo, hasta quedar bajo los efectos del pentotal. 

Me masajearon el brazo hábilmente, colocando una liga, pues en mi brazo no aparecía clara la vena. 

Intentaron introducir la aguja, y fallaban. 

Segundo intento, y localizaron la vena. Sentí un pequeño dolor al pinchazo. Introdujeron el líquido. 
Siento un calorcito que recorre todo mi cuerpo, acoplado de un sopor. 

El Dr., Ramírez me hablaba: 

-Relájese, suelte los músculos, no se ponga tenso”- 

Su voz se va alejando de mi…Voy girando, poco a poco, hasta perder mi fortaleza, me siento débil y sin defensa.

Despierto…! No, no estaba dormido! 

Ahora estoy recostado descansando. 

Siento secos los labios, y Eva, nuevamente, me da un vaso con agua. 

Escucho los comentarios que se intercambian entre ellos. 

El hombre de la fuerza aérea ya no está. 

Al recuperarme, observo el reloj de la pared, y veo la hora. 

Solo han transcurridos unos 20 minutos. 

Ahora me da otro poco de agua, y me dicen que debo descansar. 

Me quitan los zapatos, y me recuestan. 

Siento ahora deseos de Dormir, No podría decir con exactitud cuanto dormí. 

Pero cuando despierto, Eva estaba sentada al frente mío. 

Me dijo, saludando, que había dormido como cinco horas.

Esa tarde harían una segunda hipnosis corta, que marcaría el final de las pruebas, y al día siguiente, podría marcharme.

Eran las 3 de la tarde. Almorcé muy bien. Eva se portaba conmigo con amabilidad y esmero. 

Cuando terminara la segunda sesión de hipnosis, seria la última vez que la vería, pues no pude despedirme de ella.

¡Gracias Eva Douling!, donde quiera que te encuentres.

La sesión se hizo sin contratiempo. 

Bajo las misma estrictas condiciones de todas las otras, a la 4:30 de la tarde del 3er DIA.

Al inicio del cuarto día, de estar allí, regresé.

En horas de la mañana me devolvieron mis cosas, y entregaron un sobre, que me dijeron que abriera, y respondiera si estaba conforme. 

¡En el sobre había mil dólares! 

Según ellos, correspondía al pago por los días de trabajo que había perdido en Bogota. 

Era más de lo que esperaba, pues me sentía satisfecho por las pruebas, y sus aparentes resultados, y no estaba cobrando por eso. 

Me indicaron que, a través de la Embajada Americana en Bogotá, me harían llegar los resultados. 

Todavía hoy los estoy esperando…

Para ésta fecha, noviembre de 1976, tengo varias dudas, y he aclarado otras. 

¿Quiénes eran en realidad estos oscuros agentes, que pudieron llevarme y traerme a Bogotá, con todo preparado, con una red de muchas personas, todas coordinadas?, ¿Cuáles eran las verdaderas razones?, ¿Por qué me hicieron creer que las sesiones habían durado menos de lo que en realidad duraron?, el espejo era doble, ¿Desde dónde se filmaba todo y me observaban?, ¿Con qué dosis extraña me hicieron dormir el tercer día, para hacerme creer que eran solo 20 minutos?

Hoy, estoy seguro, la verdad quedó filmada y grabada en Washington DC.


No hay comentarios:

Publicar un comentario