viernes, 17 de julio de 2015

Parte 7: "LA PREPARACION". Ovni, la gran alborada humana.

Parte 7: "LA PREPARACION". Ovni, la gran alborada humana.








Enrique Castillo Rincón, la historia verídica, de un hombre contactado.
1973. Bogotá, Colombia.







A las cuatro en punto llegó Karen.

Como si me hubiera conocido de siempre, se acercó, y con
fuerte abrazo nos saludó. 

Le presente a Alfonso, y juntos, los tres, entramos a la heladería.

Sin perder tiempo enfiló su conversación al tema de los “platillos volares”. 

Por cortesía, y por consideración, no interrumpí la fantástica historia que brotaba de sus labios. 

Habló de unos maestros “marcianos”, que le habían dado mi dirección y teléfono, de unos cursos, tomados a través de una señora mexicana, llamada Marla. 

De cómo había abandonado su carrera de cantante operática, para difundir las enseñanzas de sus maestros.

No entendí mayor cosa, pero mi agudo interés por todo lo que estuviera relacionado con ovnis, me impidió cortarle de raíz su charla. 

Karen llegó a Colombia, con el único propósito de dictar cursos, y ponerme al tanto de los asuntos cósmicos.

Para ello se reunió con un grupo de personas, y les enseñó sus técnicas especiales de comunicación con los “extraterrestres”.

Gracias a algunas gestiones, logramos encontrar la sala de conferencias, localizada en el Colegio Nacional “Camilo Torres”.

Durante tres días narró sus experiencias con los “marcianos”, y las condiciones de vida en aquel planeta.

Todos, sin excepción, mirábamos desconcertarnos al conferencista. 

Los segundos transcurrían y el interés aumentaba. 

El grupo de personas, muy selecto, profesionales en diferentes especialidades, se abstuvieron de dar un veredicto definitivo, porque carecieron de elementos de juicio suficientes para juzgar su historia.

Karen se robó la atención del público. 

Ni un murmullo se oyó mientras hablaba.

Anunció para la semana siguiente un curso con un nombre bastante atractivo: 

“Introducción a la Ciencia Cósmica”.

Para alguien, cuya vida ha sido enmarcada en los limites de lo racial, cuyos patrones han sido perfectamente delineados por la sociedad, para los que la vida misma es una rutina absurda, y en el fondo sienten la necesidad de romper ese estilo de concebir las cosas, claman por una liberación, pero están fuertemente
atados a sus costumbres, a su pasado.

La voz de la mujer, convencida de sus ideas, causó el impacto que se esperaba. 

Sutilmente caló en las mentes de los oyentes, y quebró el ayer en mil pedazos. La ciencia y la religión, afirmaron por muchas
centurias la soledad del hombre en el Universo. 

Karen hablaba de los “marcianos” como si se refiera a un asiático o a un europeo.

No pude negarlo, también caí yo. 

Habló del “amor universal”, y de la necesidad de la comunicación interplanetaria, en beneficio del género humano.

Finalizada la charla, un arquitecto ofreció un pequeño salón en su casa, y allí se dictaron las primeras clases de “Ciencia Cósmica”.

La admiración por Karen aumentó. 

Reunió un grupo de personas con ciertas capacidades paranormales, y les enseño las técnicas de comunicación con los “maestros del Cosmos”.

Había videntes, médium, telépatas.

Toda una corte de seres dotados por la naturaleza para mirar a lugares donde otros eran ciegos.

En éste grupo había una mujer que decía comunicarse con un médico muerto, hace muchos años. Graciela Torres, mejor conocida como Chela, era el puente del Dr. Jose Gregorio Hernández Cisneros, médico venezolano que murió en 1919. A través de Chela realizaba sus milagrosas curaciones.

Decidieron sentar su base de operaciones en casa de un señor, profundo conocedor de las ciencias ocultas y esotéricas. 

Este señor, Richard Deeb (finalizo su vida física en el mes de septiembre de 1990, a la edad de 83 años), con el correr de los años, se convertiría en uno de mis grandes amigos. 

Yo no participaba activamente en éstas reuniones. 

Chela, por sus dotes de medium, fue la encargada de dirigir las primeras concentraciones y meditaciones. 

El primer grupo estaba integrado por varias personas, todas ellas conectadas a través de las charlas con Karen.

En una de sus comunicaciones, el nombre de Enrique Castillo fue mencionado por supuestos extraterrestres, que procedían de Andrómeda. 

Karen, sin perder tiempo, me buscó para ponerme al tanto de los mensajes. 

Casi me obligó a asistir a las reuniones. 

Acepté de mala gana, pero tenía curiosidad.

Por lo general, éstas se realizaban dos veces por semana.

A través de Chela se lograron las primeras comunicaciones con “seres” de Andrómeda. 

Recibía los mensajes, algunas veces en escritura, otras en forma parlante, en la que consideré podría ser una especie de conexión consciente. 

Karen por su parte, vigilaba celosamente, para que las técnicas de relajación se cumplieran al pie de la letra. 

A su vez, hacia énfasis en la necesidad de contactar primero con lo que ella denominaba el “Yo superior”. 

Logramos cierta rutina en la celebración de éstas reuniones. 

Dos veces por semana, íbamos, ya fuera a la casa de Richard, o a la de Chela. 

Siempre nos colocábamos en la misma posición, en los mismos puestos. 

Chela al Centro, Karen aun lado y yo al otro.

Al comenzar las sesiones se apagaban las luces principales, quedando encendida una pequeña lámpara.

Armados de papel y lápiz esperábamos los mensajes.

Un día, la comunicación se centró en la complacencia de los visitantes de Andrómeda por la participación mía en los ejercicios. 

Según ellos, tres naves sobrevolaban la ciudad, esperando lograr el contacto físico con tres miembros de nuestro grupo, elegidos previamente.

Transcurrían los meses de junio y Julio de 1973.

En términos generales, la mayoría de los mensajes estaba relacionada con advertencias mesiánicas, recalcando en nuestros patrones de conducta, y alentándonos a mejorar nuestras actitudes, frente a la vida. 

El interés por las reuniones se acrecentó, de tal forma, que ninguna persona faltaba a las mismas. 

Chela, con la facilidad de quienes han nacido específicamente para cumplir una determinada función, entraba rápidamente en comunicación. 

Los días pasaron, y los ejercicios de preparación se sucedieron, unos tras otros, hasta que nos informaron la fecha de nuestro primer contacto físico con ellos: 11 de octubre de 1973.

Nos miramos desconcertados: al fin, la tan ansiada visita.

El día fijado, a las 10 de la noche, partimos en grupo para la casa de Chela. 

Íbamos 16, pero solo tres tendrían la oportunidad de subir a las naves. 

El lugar de reunión seria en un sitio al norte de Bogota, mejor conocido como “La Calera”.

Detuvimos los autos en el kilómetro 8, nos bajamos rápidamente. 

La noche fría, el viento soplaba fuerte y una molesta llovizna pronto empapó nuestras ropas. 

A través de un camino bastante difícil, debíamos llegar a una loma distante algunos metros. 

A la media hora arribamos al pequeño monte. 

Momentos antes una agria disputa surgió a raíz de la compañía de cuatro extraños que no habían sido invitados, sin embargo, estas personas, decididas, y casi agresivas, se resistieron a volver a Bogotá, 

Ellos sabían del “contacto con extraterrestres” a realizarse esa noche. 

No quise intervenir, y mi amigo Alfonso Blanco, a la postre, evadió también la riña. Por fin los dejamos venir con nosotros.

Ya en la cumbre, preparamos el contacto. 

Primero habría una comunicación telepática, y luego, los “seres de
“Andrómeda” darían los nombres de las personas que subirían al “platillo”.

Formamos un círculo, nos tomamos de las manos. 

Todos estábamos nerviosos, inseguros. 

Yo bromeaba con el Dr., Cosme Mejida, uno de los integrantes del grupo. 

Cosme confundía cada estrella, cada nube, con los “platillos voladores”, y me divertía esta actitud. 

Yo estaba muy escéptico sobre los resultados de esa noche.

Chela recibió el primer mensaje:

-Ya estamos aquí hermanos. En 10 minutos daremos los nombres de los “contactos”.-

Todos giramos nuestras cabezas, buscando huellas que evidenciaran la presencia de los aparatos. 

Cada uno de nosotros pensó en llegar a ser el favorecido, pero no vimos nada y las comunicaciones continuaron interrumpidas. 

La llovizna se hizo intensa y el frío penetro los huesos.

Como en mensajes anteriores mi nombre había sido tenido en cuenta por los extraterrestres, pensé formaría parte del grupo de los elegidos. 

Uno de mis compañeros lanzó un grito, señalando unas luces entre las nubes, pero otro después de mirar detenidamente, dedujo que eran faros de algún automóvil próximo. 

La tensión creció y los nervios casi nos traicionaban.

La médium rompió el silencio; habían pasado 20 minutos desde las últimas indicaciones:

-Ya estamos aquí hermanos. Hemos decidido que serán 5 elegidos. Esperen unos minutos.-

Pero pasaron ya no minutos, sino media hora, sin que se registraran los avistamientos esperados.

Los reflejos en las nubes producidos por los autos continuaban. 

Estaba satisfecho de la explicación dada a éste fenómeno luminoso, pero algo me llevo a observarlos con más cuidado.

Antes de las doce de la noche, una voz rompió el silencio de la contactación. 

Rápida y con gran desesperación Chela transmitió:

-Hermanos, Operación Andrómeda ha sido cancelada. Váyanse a sus casas, y mañana, al medio día, nos comunicaremos con cada uno de vosotros.-, El Mensaje terminó.

Una ola de protestas se levanto alrededor mió. 

Yo participe en ella. 

Me sentí terriblemente molesto y desilusionado, de que los “extraterrestres” nos tomaran el pelo. 

Hacernos ir para nada. Todos estábamos propensos a una pulmonía, y los seres de Andrómeda decidían postergar para otro día la cita. 
¡Esto es el Colmo!, ¿Cómo era posible que entidades muy evolucionadas nos gastaran bromas tan pesadas? 

Richard y Karen terciaron en mi protesta, con la voz calmada, trataron de serenar los ánimos.

- Son las pruebas de los “Maestros”-, dijeron.

Yo no me quede muy convencido de la explicación.

Sin oír los consejos de los otros, con mi humor desbaratado, maldiciendo a diestra y siniestra, bajé rápidamente al lugar donde se encontraban los automóviles. 

“Poncho”, así llamábamos a Alfonso Blanco, me siguió animándome a reconsiderar mi posición.

¡Que extraterrestres, ni que ocho cuartos!, me sentí el centro de la estupidez mejor organizada en toda la historia de la humanidad.

Caminando un poco desligado de la realidad, aun malgeniado, sumergido en mis pensamientos, sentí de pronto una orden terminante:

-¡Alto ahí!-

Levanté la cara. 

Una fuerte luz iluminó mis ojos, cegándolos por un instante. 

Alcancé a notar una imponente metralleta corta, que apuntaba justo a mí cuerpo. 

“Poncho” se detuvo, y a lo lejos observé que los otros miembros del grupo se habían detenido inmediatamente.

De entre la maleza, los arboles y la oscuridad, surgieron sombras uniformadas.

No eran extraterrestres, ¡eran miembros del ejército, y de la Policía de Colombia!

Un oficial nos preguntó la razón de nuestra presencia en la zona. 

Se encontraban allí por una llamada hecha a la estación 100 de Policía, por parte de unos campesinos, que informaron haber visto un extraño helicóptero, volado bajo por los campos. 

Pensaron que podría ser un contrabando, y sin perdida de tiempo, alertaron a las autoridades.

Inmediatamente asocié las extrañas luces, que nosotros asegurábamos pertenecían al reflejo de los automóviles, con los “platillos voladores”. 

No había duda, los campesinos habían observado lo mismo que nosotros.

No eran automóviles, eran……..

Richard Deeb, el de mayor edad, se adelantó al oficial que dirigía la patrulla, y se identificó.

Coincidentemente llevaba una tarjeta de un amigo, General de la Republica, y por tal, fue confundido. 

Al mirar la tarjeta, el rostro del oficial enmudeció, cuadrándose al momento, para presentarle sus respetos al improvisado General.

Richard explicó nuestra presencia en el lugar, como parte de las prácticas de meditación y la vida contemplativa que el grupo realizaba en ese campo abierto, a menudo.

El oficial quedó satisfecho, y después de observar el rostro de cada uno de nosotros, nos dejo ir.

Respiramos complacidos, habíamos olvidado por un momento el motivo que nos había llevado a La Calera.

Varios campesinos alrededor de los soldados nos miraban intrigados. 

Se les hacia raro ver gentes paradas a la doce de la noche en un lugar inhóspito. 

Bajamos al estacionamiento de nuestros vehículos sin decir palabra alguna. 

Ya dentro de los carros, quedamos en cumplir fielmente las indicaciones de los “seres de Andrómeda”. 

Todos en nuestras casas, a las 12 del día siguiente, esperaríamos los mensajes, y a las 8 de la noche nos reuniríamos en la casa de Richard Deeb, para comparar la información de cada uno. 

Con esta aclaración nos fuimos a nuestros respectivos hogares...

Llegué muy tarde aquella noche. 

Mi esposa no me preguntó cosa alguna. 

Supuso que regresaba de lo uno de mis habituales turnos de trabajo en la empresa, tal vez instalando un conmutador o atendiendo un importante negocio. 

Ignoraba lo que estaba haciendo.

El 12 de octubre, “Día de la Raza”, se celebra en Colombia, con algunos actos especiales, “El Descubrimiento de América”.

Minutos antes de las 12 del medio día, persuadí a mi mujer y a mis hijos para que se fueran de la casa, y me dejaran tranquilo por dos horas.

Yo vivía en el barrio Santa Isabel de Bogotá, al sur de la ciudad. 

Este barrio es muy conocido porque allí residían los famosos traficantes de las esmeraldas colombianas.

Mi esposa protestó airadamente, y en un momento de cólera, me enfrentó con una frase:

-Enrique, por andar metido con esos “marcianos” te vas ha volver loco!-

Me tiró la puerta. Mi perro Dingo fue el más contento por mi decisión, y batiendo la cola se alejó velozmente.

Estaba solo por fin. 

Desconecté el timbre de la puerta y me retiré a la alcoba.

Aliste papel y lápiz. Me senté en la cama dispuesto a realizar mis ejercicios de relajación y concentración.

No sin antes quitarme el reloj de la mano izquierda; marcaba algunos minutos antes de las doce. 

El tiempo transcurrió rápidamente, y no sucedió nada. 

Pensé que no era uno de los elegidos, y por eso decidí terminar la concentración. 

Me levanté y dirigí mis pasos a la ventana.

Miré a los cielos y me pregunté… ¿Cómo era posible que un “platillo volador”, llegara hasta mi casa, a las doce del día, un día feriado, y con todas esas gentes en las calles?!Absurdo!

No acabe de pensar en lo ridículo, cuando al instante oí una voz.

-Enrique, ¡Escribe!-

Me voltié automáticamente, y algo sorprendido, fui a la puerta del cuarto. 

La abrí, y recorrí con mis ojos la sala. Nadie estaba en ella.

-¡Enrique, ¡Escribe!-, dijo de nuevo una voz.

Tan rápido como pude, tome el lápiz y papel. 

Miraba a todos lados, tratando de descubrir el origen de
aquella orden.

De ahí en adelante, sentí la más rara sensación que haya experimentado nunca en mi vida.

Unos zumbidos fuertes y constantes, como el de un enjambre de abeja, golpeó mis oídos. 

El pánico se apodero de mí. 

La voz seguía insistiendo para que yo escribiera.

En el centro de mi cerebro retumbaba un tambor, mi respiración se agito anormalmente. 

Apoyé el cuaderno
sobre mis piernas y empecé a escribir lo que aquella voz me dictaba.

Las doce y veinticinco del día viernes del 12 de Octubre de 1973.

Por varios minutos escribí. 

Fue mi primera comunicación con seres extraterrestres.

Gruesas lágrimas, o tal vez sudor, caían sobre las hojas. 

Una tras otra iba llenando, con la rapidez que mis dedos permitían.

Un fuerte temblor agitó mi cuerpo, y una extraña fuerza se apoderó de mi voluntad. 

La emoción fue tal que
no pude pensar.

Aquellas notas estaban relacionadas con la “tercera guerra mundial”.

Terminaron diciéndome:

- No habrá contacto esta noche, pero otros “hermanos” procedentes del cosmos, están aquí ya.-

-Sigan en el grupo, ellos se comunicaran con ustedes,
 ¡Adiós!-

Hicieron énfasis en el comportamiento de la noche anterior, cuando se rompieron normas elementales de conducta, al discutir furiosamente por los hechos que narré anteriormente. 

Según ellos, esa actitud no favorecía al grupo.

Me estremecí al leer ésta observación.

La comunicación termino. Me levante y me dirigí al baño.

Abrí la llave del lavamanos y observé en el e espejo, mis ojos estaban inyectados. 

Los brazos y piernas me temblaban. 

No era sudor lo que había caído sobre las hojas de papel cuando escribía. Eran lagrimas, que habían escapado sin poderlas evitar. 

No pude explicar el porqué.

Alrededor de mi nariz apareció una línea morada. 

En todo el cuerpo sentí un hormigueo. 

Bañé mi cara, y volví al cuarto.

Descansé un momento. Recogí y ordené las hojas que había escrito, las leí detenidamente, y me causaron honda impresión. 

Las doblé y guardé en el bolsillo. 

Me recosté a un lado de la cama, y reposé un instante.

Mucho más calmado, regresé al espejo del baño, y pude notar que las manchas moradas habían
desaparecido. 

Vertí agua sobre mi cara y me sentí fortificado. 

Ordené mi ropa, que estaba un poco descompuesta, y conecté el timbre, entonces abrí la puerta de la casa. 

Silbé a uno de mis hijos que jugaba fútbol a unos 50 metros en la calle.

Mi familia regresó. Beatriz, sin poder controlar el genio, me preguntó el por qué de mi palidez, y nuevamente criticó mis actividades con los ovnis. 

El almuerzo se había estropeado. 

En ese momento llegó mi hermano Roberto, y sin pensarlo dos veces, le mostré las hojas.

- Enrique, de dónde sacaste esto?-

No le explique nada, y continuó diciendo:

-Yo se que la guerra mundial la están deteniendo, pero de que llega, llega-, y no dijo más.

Volví las hojas a su lugar, en el bolsillo, y salí de la casa a encontrarme con una amiga, a quien quería contarle lo que me había pasado.

La invité al cine, y ya en el teatro le narré la experiencia. 

Me miraba extrañada. Cortó repentinamente mi monólogo con una advertencia, y clasificó de producto de mi mente, o de espiritismo barato mi narración. 

No quise continuar mi improvisado informe.

Esa noche, entre pesadillas y pensamientos locos, apenas pude dormir. 

“Platillos” llegando a mi casa, puertas golpeando sus marcos, ruidos de pisadas.

Al día siguiente, sábado, llegue tarde a la oficina. 

El reloj marcaba las nueve. Me estaban esperando cuatro
personas del grupo. 

Uno de ellos, improvisando vocero, tomo la palabra:

- Enrique, Karen esta furiosa, ¿Por qué no fuiste a la reunión?, varios miembros recibieron mensajes, ordenando ir a tal o cual lugar. estuvimos en Fontibon, fuimos al Rosal, a la Calera, a
Choachi. Esperamos en vano hasta las tres de la mañana, nadie apareció.

Lo escuché sin pronunciar palabra alguna. 

Les respondí calmadamente, que, la razón de mi ausencia se debía al mensaje recibido el día anterior, en el cual, los seres de Andrómeda, me decían que esa noche no habría contacto.

Mis amigos se miraron entre si, les entregue las hojas dobladas, y las leyeron ávidamente. 

Una idea cruzó por mi cabeza, advertí a los cuatro inesperados visitantes del grupo que mantuvieran el secreto bien guardado, hasta la reunión de la noche. 

Yo quería encontrar la verdad, y la verdad se revelaría esa noche.

Pero el secreto se hizo público, y al momento de leer los textos, dados a cada uno, por los extraterrestres, como por arte de magia, ninguno sacó su correspondiente mensaje.

Todos concluyeron que yo había sido el favorecido, y que yo tenía la razón. 

Con éste imprevisto resultado, leí en voz alta el contenido de las hojas.

Ninguno discutió la verdad de mi informe, era demasiado claro. 

Tampoco quisieron hablar mucho del asunto, la reunión empezó como otras veces. 

Dispuestos en nuestros lugares, a las ocho y cuarto del sábado, 14 de octubre de 1973, nos relajamos.

Me senté de espaldas a una ventana que quedaba a la calle. 

Vestía aquella noche deportivamente, con una camisa azul, bufanda, y chaqueta de cuero.

Todas las miradas se centraron en Chela. 

Pasaron de 10 a 15 minutos, y no hubo comunicación. 

De un momento a otro sentí aquel zumbido del día anterior. 

Una voz, esta vez muy fina dijo:

-Enrique, ¡Escribe!-

Pensando que había sido Karen quien hablaba, la interrogué.

Ella negó silenciosamente mi pregunta. 

Cerré los ojos, y de nuevo, la voz se manifestó.

-Enrique, ¡escribe!-

El mensaje comenzó de la siguiente forma:

-Somos emisarios de las Pléyades, los mismos que les dimos instrucciones y conocimientos a los Incas y a otras razas.-

Me estremecí con incomodidad, casi asfixiado, rompí la camisa, y lancé la bufanda, que cayó en el regazo de Marjorie de Hollman. 

Esta vez la comunicación era de seres de las Pléyades, ya no de los de Andrómeda.

Caí en una especie de estado medium, la lengua se me trabó. 

Todos mis compañeros se dieron cuenta de mi estado, frotaron sus manos y las colocaron sobre mi cabeza.

Empezó el mensaje, y allí perdí toda noción del tiempo y lugar.

No recordé nada. Pasada media hora abrí mis ojos.

Marjorie y Maria Teresa limpiaban con servilletas el sudor de mi cara. 

Karen tenía entre sus manos mi cabeza, y sin pensarlo, le pregunté:

- Karen, ¿Qué paso?-

Ella respondió en forma terminante:

- Hijito, estabas muy lejos de aquí.-

Rezaba el texto del mensaje, que yo era el escogido por los extraterrestres en Colombia para tener contacto físico y directo, en una fecha que ellos pronto iban a dar. 

Hasta ese momento era la única persona en el país que tendría ese tipo de encuentro.

Paulina, la esposa de Richard, me trajo una taza de leche caliente con brandy. 

Me levanté con la misma sensación de adormecimiento del día anterior. 

Marjorie y Jorge Eduardo, estimulaban la circulación
frotando vigorosamente mis brazos.

Me acostaron en una cama. 

Conté con suerte; en el grupo se encontraba un médico, Rafael Contreras, después de auscultarme unos minutos, dijo, que fuera de tener las pulsaciones aceleradas, por lo demás , me encontraba en perfectas condiciones.

Se quejó amargamente de no tener una filmadora pare registrar el momento en que dibuje unos extraños símbolos en el aire con mis manos.

Mucha de la información dada, hacia referencia a un disco de oro que habita en el Perú, escondido en un templo, con unos papiros, y manuscritos.

Todo se había reproducido fielmente en una grabadora, y de esa manera, acabamos una pequeña discusión sobre algunas de las palabras mal interpretadas. 

Nos reuniríamos el Martes siguiente.

Un profundo dolor de cabeza me mortificaba cada vez que recibía los mensajes, porque ya no fue Chela la portadora de las noticias, fui yo el que debía soportar las consecuencias de las comunicaciones.

El dolor era fuerte y deje de ir dos días seguidos a la oficina.

Por dos veces me negué a recibir mensaje de los extraterrestres. 

Ellos me advirtieron que en 2 o 3 comunicaciones más el dolor desaparecería. 

Alguna vez oí que efectuaban mediciones en mi cerebro, y alcanzaron a dar una cifra. 

Según ellos, las vibraciones de mi cerebro eran de 829 “valios”.

Pensé, que podría ser el voltaje, la emisión o la frecuencia de mi cabeza. 

No me aclararon esa incógnita.

Es difícil expresar en palabras todo el contenido de mi experiencia, puesto que la mayoría de las veces se combinaba con todas sus reacciones y consecuencias, hechos internos, ajenos un poco a los ojos de los demás personas del grupo.

No podía aprecia claramente el papel de Karen. 

Fue ella la que me inició, pero una vez cumplida su misión,
el brillo de su “aura”, para mi, había desaparecido. 

Karen insistía en el deber de fomentar mis lazos con el
“yo Superior”. 

Realizaba paso a paso sus técnicas de contactación, pero me sentí frustrado, carecía de las facultades paranormales de los otros, y por momentos atribuí ese extraño fenómeno al subconsciente. 

No conocía las fuerzas que nos dominaban. 

A pesar de todo, nuestro grupo se conformo, en un principio, con 17
personas, grupo al que más tarde se sumarían otras, para llegar a 27. 

Por la importancia de los sucesos, que se fueron ligando secuencialmente, citaré nombres de los primeros:

Richard Deeb, Paulina de Deeb, Marjorie de Hollman, Maria Teresa Paladino, Graciela Torres (Chela),
Alfonso Blanco Rodriguez, Cosme Mejia, Heberto Cediel, Rafael Contreras, Pedro Ávila, Gloria y Alba (hijas de Pedro Ávila), Víctor Rodriguez, Fernando Márquez, Jorge Eduardo Silva, Adriana Turner (Karen), y yo, Enrique Castillo Rincón.

Algunas veces el grupo crecía por invitaciones hechas a los amigo de algunos de los integrantes.

También ocurrió el caso contrario, varios se marginaron con la firme creencia, para unos, de que lo realizado allí era fraudulento, o manifestación de locos, o espiritistas, y otros, porque no encontraron la espectacularidad esperada desde un principio.

Nosotros nos reunimos regularmente, en lo establecido, dos veces a la semana: martes y viernes a la 8:00 p.m.

En otra de las comunicaciones se nos informó, sobre la existencia de un Templo oculto en unas ruinas en el Perú.

Allí permanecía el verdadero conocimiento de la historia de la humanidad. 

Pero según explicaron, no solo en un templo peruano había información. 

También en diferentes sitios del centro y sur América, en ciudades perdidas en la soledad de las milenarias cordilleras andinas, que contenían riquezas traducidas en conocimiento e información.

Una vez reunidas las partes del rompecabezas de datos, encontrados en templos y pirámides, ruinas y ciudades olvidadas, la humanidad ya no dudaría de la verdad de los nuevos conocimientos, bastante
diferentes a como se había enseñado en nuestros estudios del pasado y del planeta. 

Para nosotros esto era novedoso. 

Nos sentíamos estimulados con la posibilidad de ser los primeros en recibir esta información. 

En cierta forma éramos un grupo privilegiado.

Por el momento, y a pesar de tener evidencia en nuestras manos, dudábamos.

A finales de octubre, de ese mismo año, 1973, los “emisarios de las Pléyades anunciaron la fecha del contacto físico con “ellos”.

Había llegado el momento, y nosotros estábamos preparados.



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