viernes, 17 de julio de 2015

Parte 9: "MI TARIMA SE DESPLOMA". Ovni, La Gran Alborada Humana.

Parte 9: "MI TARIMA SE DESPLOMA". Ovni, La Gran Alborada Humana.






Enrique Castillo Rincón, la historia verídica, de un hombre contactado.
1973. Colombia






La historia de la humanidad es el libro de los grandes cambios, cuya ejecución ha sido encomendada a hombres y mujeres dispuestos a sacrificar su existencia, por ver mejorar las condiciones de vida de los seres de éste planeta. 

No son hombres excepcionales, son hombres decididos, y esto los hace diferentes.

Pero transformar el mundo, significa concebir ideas ajustables a la realidad de los acontecimientos, y luego ponerlos en práctica. 

El hombre, en su lucha por el cambio, ha descubierto que vivirá en armonía cuando se conozca plenamente a sí mismo, cuando aprenda correctamente las leyes de la naturaleza. 

Todo, a través de la razón, y para el beneplácito del espíritu.

De todo lo anterior, me vine a dar cuenta, mucho tiempo después. 

Mientras permanecíamos contactados, día a día, con los extraterrestres, nunca pasó por nuestras mentes analizar la información recibida por ellos.

A cambio de la revelación entregamos nuestra razón!

Nos creíamos excepcionales, dotados de toda clase de suerte, virtudes y cualidades, cuando lo único que se ajustaba a la realidad era nuestra propia imperfección y estupidez.

De aquel día no pude transmitir, la inmensa felicidad vivida, una vez el rayo de luz me depositó en el suelo firme. 

Cuando subí al bus, para retornar a la capital, quise gritar a los ocupantes, la mayoría campesinos, y trasmitirles parte de esa alegría. 

Deseaba, entrañablemente, confundirme con sus cuerpos y sus espíritus, para compartir mi vivencia.

A partir de ese momento mi transformación fue total. 

Todos mis mecanismos mentales, mis conceptos y conocimientos cayeron estrepitosamente. 

Lo que vi fue suficiente para cambiar mi manera pensar. 

Todas las ideas acerca del mundo, de la vida, de la religión, se desplomaron, tomando una nueva dimensión.

Por primera vez en mi vida, pensé, en un mundo sin sistemas políticos, y sin religiones dividas, sin clases
sociales. 

Todo era posible. 

Estaba a las puertas del despertar de la conciencia, de la sabiduría, y del nacimiento de una hermandad terrestre unida. 

Pronto desaparecían las creencias, por las cuales, muchos hombres vivieron en la desesperación y en la miseria.

Al fin había encontrado algo por lo cual todos los hombres deberíamos luchar: Nuestra propia libertad a través de la búsqueda de la verdad.

Ya reunido con mis hijos, los abracé tiernamente, y lamenté profundamente no poder narrarles, minuto a minuto, mi odisea. 

Si lo hubiera hecho, no lo habrían comprendido. 

Por eso, era mejor guardar silencio.

Con mi esposa, las cosas fueron diferentes. 

Un abismo insalvable se abrió, alejándonos poco a poco, hasta perder casi en su totalidad la noción de las distancias. 

Una fuerza incontenible influenció su mente. 

Cuando me di cuenta, era demasiado tarde. 

La ruptura definitiva no se haría esperar.

Ya instalado en mí casa, supe de las continuas visitas, hechas a intervalos, de una o dos horas, por varios miembros del grupo, que inquirían por mí. 

Ellos querían felicitar a mi esposa, pero no encontraban las palabras para hacerlo.

En horas de la noche llamó Richard. 

Le conté que todo había salido exitosamente. 

Quedé de verlo al día siguiente, en la casa de Chela. Solo allí contaría los detalles. 

Me sentí cansado. Dormí placidamente, y no hubo pesadillas. Nada perturbó mi sueño. 

Tenía paz interior, aquella paz trasmitida por mis amigos del espacio.

El lunes, como de costumbre, llegué a la hora habitual a mi oficina. 

No se si todos había estado pendientes de mi, porque al abrir la puerta, me miraron con curiosidad. 

Esperé por Alfonso Blanco, y juntos encerrados,
compartimos el viaje del 3 de Noviembre. 

No cabía la menor duda, ¡no me creyó!, pero tampoco hizo ni un solo reproche u observación.

En la noche, tal como lo habíamos convenido, me dirigí al apartamento de Chela, en la calle 22. 

María Teresa, con los ojos llenos de felicidad, abrió la puerta, y me estrechó entre sus brazos, en un recibimiento emocionante, sus palabras no atinaron a felicitarme. 

Estaban reunidas algunas personas del grupo. 

Sentí deseos de llorar, todos contagiados me abrazaron, uno a uno. 

Ni una sola expresión brotó de sus labios, porque era imposible decirla.

Dejé pasar unos minutos, hasta cuando la calma retorno de nuevo. 

Tomé la palabra, en forma pausada, conté, sin ahondar en detalles, la secuencia, al borde del “platillo”. 

Cuando tomé la esfera, mi llegada al bosque, cuando me levanto el rayo de luz , el encuentro con Ciryl Weiss, su saludo a bordo, mi entrevista con el jefe de la nave, en fin, lo que considere de interés en ese momento, para estimular el interés general.

Hubo un detalle algo extraño. 

Sucedió cuando narré mi relato. 

Al parecer, los miembros del grupo conocían mi experiencia, pues, uno de ellos, supuestamente se “desplazó” mentalmente al lugar del encuentro,
narrando paso a paso el acontecimiento. 

Al confrontar esa información con la mía, nada encajó. 

Ellos decían una cosa y yo otra. 

La respuesta lógica era que alguien estaba equivocado, y ese alguien no era yo.

Ni siquiera la hora del “contacto” coincidió, y no quise ahondar el asunto. 

Con el “contacto”, una especie de magnetismo, rodeó mis palabras y mi presencia.

Los miembros del grupo sentían el deseo de arrancar un trozo de mí para guardarlo como recuerdo imborrable. 

No supe explicar estas reacciones.

La siguiente reunión se efectuó en casa de Richard Deeb. 

Fueron invitadas más de 40 personas interesadas, la gran mayoría, desconocidas para mí. 

Fue la primera conferencia en público, ya como “contacto” de los extraterrestres. 

Esta vez relaté, un poco más memorizado, mi experiencia. 

Uno de los oyentes era el empleado del periódico “El Tiempo”, trabaja allí en el Departamento de Personal. 

El mismo contaría más tarde mi historia a un veterano periodista, Humberto Diez.

Al terminar la charla, voces de admiración y complacencia, inundaron el pequeño recinto. 

Hubo en algunos incredulidad. 

También una voz de protesta circuló, cuando hice referencia a la caída estrepitosa de una
organización religiosa, en los próximos 26 años. 

A partir de aquel 3 de noviembre de 1973, Comencé a herir, sin querer, susceptibilidades.

A muchos no les gustó el mensaje directo de los extraterrestres. 

Con caras furiosas, éstas personas quisieron atacar, con palabras descorteses, a los Hermanos del Cosmos, y a quienes estábamos mezclado con ellos, de una u otra forma. 

Mas tarde, nos llamarían abusivos, mentirosos, fanáticos y algo mas, amenazando con denunciarnos para callarnos la boca.

Las opiniones encontradas de los asistentes, a las conferencias, me impulsaron a guardar celosamente, gran cantidad de información, y detalles transmitidos por los Hermanos Mayores. 

Si hubiese narrado textualmente, palabra por palabra, ésta información, con toda seguridad habría causado mucho daño a los
oyentes, y a ellos, en su afán de guardar sus estructuras mentales, y como mecánicas de defensa, me hubieran perjudicado con ataques calumniosos.

Empecé a entender las consecuencias lógicas de mi experiencia. 

El ser humano se resistía a conocer la verdad.

Estoy consciente de los peligros directos que con llevan dar al público ciertos conocimientos reales. 

Por eso, un gran porcentaje de información quedará en las sombras, hasta cuando me sienta seguro de que mi vida no corre peligro. 

En realidad, no pienso ser un mártir gratuito de una causa aun desconocida, o imprecisa para el mundo.

Humberto Diez, periodista del diario “El Tiempo”, visitó mi oficina al día siguiente de la charla, en casa de Richard Deeb, alertado por aquel muchacho, empleado del mismo diario. 

Humberto, en busca de una exclusiva periodística, quiso asegurarse personalmente de la verdad de mi experiencia. 

Todo era cierto, pero no me interesaba formular declaraciones a la prensa, o  a medio de información alguna. 

El periodista insistió. 

Yo quería guardarme la historia, hasta planear el medio ideal para hacerla llegar al mundo entero.

El redactor argumentó fuertemente la necesidad de no dejar pasar esa oportunidad. 

Alfonso Blanco lo apoyó, y juntos, me convencieron de conceder la entrevista. 

Ésta se realizó, y días más tarde, apareció en el periódico. 

Un sugestivo titulo anunciaba la experiencia: “¿Ficción o Realidad? un Colombiano al bordo de un platillo Volador”. 

Por cuatro días consecutivos, 9, 10, 11 y 12 de noviembre, fueron publicados apartes de mi “contacto” con emisarios de las Pléyades.

Relaté como habían dicho, que en los años venideros, aparecerían cual bandas de pájaros en los cielos, en todos los países del mundo, obedeciendo a un Plan, sabiamente dirigido (Esto se ha cumplido parcialmente en Sur América). 

Sería una forma para que los hombres tomaran conciencias de su existencia. 

Ellos estaban al tanto de la forma, de cómo los gobiernos y la ciencia oficial, negaban su presencia en nuestro planeta,
argumentado que eran “legítimas” alucinaciones colectivas, o producto de las mentes locas de una serie de “deschavetados” (dementes, locos).

Ya no era posible echar pie atrás. 

La reacción en cadena, producida, de ahí en adelante, originó diferentes manifestaciones, en favor y en contra. 

Docenas de cartas de remotas regiones del país, otras tantas del extranjero, empezaron a inundar mi escritorio. 

Todas ellas solicitando información, así con la forma de “contactarse” con los extraterrestres. 

Todas, como si sus escritores se hubieran puesto de acuerdo, decían y preguntaban lo mismo.

Entre las muchas que llegaron, una llamó mi atención. Venia de Venezuela, escrita por un Contralmirante de la Marina de ese país hermano. 

Relataba de forma muy profunda sus experiencias con un grupo similar al nuestro, de un Maestro, que decía venir de las Pléyades. 

Se llamaba “SAO”. El contralmirante Daniel Gomez Calcaño, me sorprendió gratamente. 

En las comunicaciones telepáticas (no habían concretado encuentro físico), SAO transmitió enseñanzas al grupo venezolano; similar a las que nosotros, días antes, recibíamos de un extraterrestre, llamado de la misma forma: SAO”.

No creo fuera una causalidad. 

Ellos y nosotros recibíamos la misma “entidad” extraterrestre. 

Nuestros mensajes eran muy similares a los del grupo herético venezolano. 

Palabras más, palabras menos, y nada nos ataba a ellos. 

Algunos meses más tarde, conocería personalmente a dos de sus integrantes, en uno de mis viajes a Venezuela. 

Otro había llegado a Bogotá, enviado por el grupo venezolano, y ya se habían entrevistado con Alfonso Blanco y conmigo, era Antonio Lopez. 

A raíz de los artículos publicados en “El Tiempo”, mucha gente fue presa de locura colectiva, caravanas de carros, fanáticos de los ovnis, y curiosos. 

Invadieron las lagunas que se encontraban en los alrededores de Bogotá, y en el vecino departamento de Boyacá, tratando de ver salir, de una laguna, las escurridizas naves y fotografiarlas. 

Carpas, telescopios, binoculares, cámaras fotográficas y linternas, eran comunes entre los que querían “captar” o entrevistarse con los tripulantes de los ovnis, en algún alejado paraje. 

Estoy seguro que los extraterrestres sabían como se iba a “destapar la psicosis platillera” en aquellos días….! 

La respuesta no se hizo esperar….!

A pedido de los Hermanos Mayores, nunca mencioné el lugar donde se encontraba localizada la laguna, ni su nombre. 

En general, el ritmo de mi vida varió notablemente, poco a poco. 

Fui dejando mis labores cotidianas hasta desentenderme por completo de los negocios. 

Mis horas oscilaban entre dictar continuas conferencias, y los contactos telepáticos nocturnos. 

Cada mensaje fue toda una experiencia.

Reconocido por los extraterrestres con el único contacto físico en Colombia, todos los miembros del grupo se encargaron de protegerme y encerrarme en una aureola de misticismo. 

Esto contribuyó a aumentar mi vanidad. Me convertí en la “Vedette”. 

Si algo me faltaba, ellos corrían a proporcionármelo.

Si habla, tomaban atenta nota de mis palabras. 

Me gustó este papel de especie de mensajero. 

Cuando desperté de la ilusión, me dio duro, pero pude soportarlo.

En cada reunión, sentía unos dolores terribles de cabeza. 

Los extraterrestres me habían prohibido tomar pastilla alguna para estos malestares. 

A cambio me recomendaron comiera mucho coco, y miel de abejas, dos veces al día, mientras duraran las comunicaciones. 

Podía intercalar el coco con semillas de marañon o bien con avellanas. 

Además, debía comer mucho pescado, o lo que contuviera hierro y fósforo, como las legumbres.

Siguiendo esta lista estricta, a pesar de hartarme un poco, no volví a experimentar dolores de cabeza.

Marjorie y Maria Teresa, en numerosas ocasiones, me proporcionaron estos alimentos. 

Era interesante ver como me trataban. 

Muchos vieron en mi, alguna especie de Moisés, de Elías o de un profeta bíblico.

Alguien muy osado, lanzó la idea, de que bien podría ser la reencarnación de un apóstol de Jesucristo.

Mi fama se extendió con rapidez. 

Gentes de todas partes del país buscaban hablar conmigo. 

Querían que les narrara, una y otra vez mi experiencia. 

Algunas personas me confundieron con un maestro espiritual, con
autoridad y poder, para solucionar sus problemas y dar consejos. 

En la medida de lo posible, trate de hacerles ver que yo no era nadie de “otro mundo”.

Mis conocimientos me limitaban en cuanto a lo ovnis se refería, y a las lecturas de los libros de mi biblioteca.

Los extraterrestres no me habían dado ningún poder, ni había sentido algo que sustentara estas afirmaciones.

A éstas alturas, lo único que me faltó hacer fue milagros. 

Pero así, como éstas gentes llegaban, así mismo se iban, al no encontrar a su “maestro espiritual”.

Si ser mordaz, fui muy preciso en mis apreciaciones.

Los visitantes se molestaban mucho, porque nunca les hablé de espiritualidad, ni de cosas hermosas al oído.

Pobre, ricos, gerentes, amas de casas, sacerdotes, religiosas, que a hurtadillas, y con mucho sigilo, buscaban mi consejo, sin comprometerse públicamente. 

Un café, o sus propias residencia, servia de punto de contacto para las reuniones. 

Temían ver comprometidas sus posiciones, pero me buscaban. 

La mayoría simpatizaban conmigo en privado, pero en publico, algunos me atacaban rudamente.

Los extraterrestres conocían muy bien ésta situación, pero no opinaban. 

Entre otras cosas, cabe notar, que ya no necesite del grupo para lograr las comunicaciones telepáticas, sin embargo, asistí en forma regular porque consideré podríamos estar siendo preparados para algo inesperado. 

Los Hermanos mayores me dieron claves secretas para usar, en momento de las contactaciones. 

Éstas servían para identificar y prevenirnos contra cualquier intento de la “parte contraria” para crear confusión y caos. 

Me advirtieron que esa “fuerza contraria” intentaría estropear nuestro trabajo. 

No se si lo lograron, pero nuestro grupo no duro mucho tiempo.

En esa época, empecé a sospechar de varias cosas. 

La primera estaba relacionada con el por qué me habían elegido. 

Era consciente de mi falta de espiritualidad, y las cosas aterradoras comunicadas por los extraterrestres distaban mucho de ser místicas. 

Concluí que ellos no escogen los contactos por sus virtudes
y espiritualidad, y yo era la prueba concreta de esa afirmación.

De todas maneras, los integrantes del grupo, y otros grupos, insistían en considerar a los extraterrestres como enviados directos de Dios, a comunicar a los hombres terribles castigos que sobrevendrían a la raza humana, si no enmendaban sus culpas.

Cada cita, con los hermanos del cosmos, se realizaba en olor de santidad. 

No faltaba la consabida exhortación de los veteranos a abandonar las cosas de éste mundo, e invitaban a ligarse con mundos superiores.

Era deprimente ver, cómo, poco a poco, se iban integrando nuevos elementos, y nuevos ritos, a esa especie de carnaval interestelar. 

No era raro, que en la misma comunidad, se dieran contactaciones de maestros extraterrestres diciendo ser miembros del Santoral Eclesiástico. 

Los unos, en especie de regaños, asustaban a los hombres por sus pecados, los otros, surgían como única forma de salvación, y la lectura de la Biblia existía en cada grupo.

Las “antenas parlantes”, especie de virtuosos de la comunicación telepática, se denominaban especialistas,  finalizando el curso de “Introducción a la Ciencia Cósmica”, porque todos adquirieron la facultad de hablar, primero con su “yo Superior”, y luego, con los maestros cósmicos. 

Lentamente la gama extensa de nombres planetarios fueron llenando las hojas de los mensajes difundidos abiertamente, las “lógicas herméticas” recién conformadas.

Cada mensaje era una enseñanza y cada enseñanza un paso a la “salvación”. 

Esta era, más o menos, la lógica de ese entonces.

El contacto con extraterrestres se volvió una fiebre incontrolable. 

Cientos de persona hacia turnos para recibir las instrucciones necesarias de como lograr una buena comunicación. 

Ciertos elegidos decidían quien podía recibir y quien no. 

Tenían autoridad para rechazar, “en nombre de los Maestros del Cosmos”.

Esta situación empezó a molestarme; protesté con mucho tacto, en principio. 

Sabía en el fondo que la naciente ola de fanáticos cobrarían sus primeras victimas en un tiempo no muy lejano, y así sucedió.

Lo simpático fue que, según ellos, yo estaba equivocado en mis apreciaciones. 

Estaban siendo distorsionadas las enseñanzas espirituales de los extraterrestres. 

Más tarde, me dejaron de lado, aunque necesitaban de mis “poderes”, para lograr una perfecta comunicación.

Los quince días, desde el 3 de noviembre, pasaron con rapidez. 

Debía dirigirme primero a Villavicencio, y luego encontrar el lugar fijado para nuestras siguiente cita.

Estaba listo para mi segundo encuentro con los extraterrestres.


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